Tú haces el silencio de las lilas que aletean
en mi tragedia del viento en el corazón.
Tú hiciste de mi vida un cuento para niños
en donde naufragios y muertes
son pretextos de ceremonias adorables.
Alejandra Pizarnik “Reconocimiento”
De: Los trabajos y las noches
Hay olores y texturas que se quedan en tu mente, que evocan mapas de presencias y sensaciones de lo que ha sido o puede ser la vida. Eso me sucede con un color, con un tipo de flor que contiene ese color que me transporta, que me construye una máquina de tiempo.
Son las nueve de la mañana en la época postmoderna, tecnológica. Me encuentro trabajando en la enorme ciudad cosmoplitan (ponle el nombre que quieras, son muy parecidas todas). Salgo a la terraza del edificio, frente a mí encuentro arbustos verdes en jardineras, los reconozco en seguida.
Miro esa flor, me quedo helada ante su color. Fiusha intenso, escucho el aire, huelo la inmensidad. Respiro de ella un sin fin de remembranzas que nadan en el viento contaminado de la ciudad, la flor me aleja del humo. Me quedo helada ante su color, navego por ríos rosas y oleados; con corrientes que me invitan a subirme a la canoa del pasado y reír.
El viaje se interrumpe un poco, sé que alguien me habla en el fondo, un fondo disperso, perdido por la niebla que causa el color de esa flor; por el sentimiento que me regala. Sentimiento lila, púrpura. Regreso a la canoa. Me doy cuenta que es la misma flor de mi infancia, una de tantas, con las que adornábamos nuestras cabezas y soñábamos jugando: princesas y cascadas con dragones carmín. La infancia, una flor perdida en el tiempo, olvidada por el mundo profesional. Aparece también Aranza en el jardín de la memoria, haciendo una sopa de flores fiusha con tierra y pasto seco, la recuerdo dándome una para alimentar a mi mascota alada.
De repente, como un relámpago del amanecer nubloso, reconozco la voz del fondo: es el jefe que me dice que la conferencia va a continuar. Reacciono y entiendo que sigo en el edificio de la gran empresa, que tengo que dejar la terraza y mi mirada de jardines para regresar al evento del siglo. Me dan ganas de llorar: Almendrita en medio de los gigantes.
La conferencia: marea humana cargada de teoría, de problemas antiguos; quiero llorar.
Justo antes de que me levante de la mesa “correctamente” ordenada con sus manteles para el gran evento, una niña entra descalza y comienza a bailar alrededor del lugar. Sus pies descalzos flotan sobre la alfombra como un globo que nada en el mar.
Atónitos, los importantes ponentes miran a su equipo técnico (como mudos), para decirles, que retiren a esa niña que está interrumpiendo, arruinando la conferencia.
La niña se acerca a mi: “me llamo Ana ¿y tú?” Con una sonrisa le contesto.
Una carcajada sale de su boca y se desplaza por los micrófonos de la sala, “¡qué escándalo!” comenta mi vecina de asiento “¡que alguien arregle esto de inmediato, no es posible, está la vicepresidenta del país!”.
Ana continúa su trayecto alrededor del lugar, vueltas de ballet inventado, su cabello gira al compás de su risa mientras que cierra sus ojos para ver.
Una oleada de guaruras entra y corre hacia la niña, ella suelta un grito de sorpresa y después continúa con su risa. El cuerpo de seguridad se lleva a Ana fuera de la sala. El ponente invitado, el presidente, fundador y creador de la empresa millonaria, pide una enorme disculpa por aquel disturbio. La conferencia continua.
Pasan horas de discursos con palabras que responden sólo a una pregunta: ¿Qué?
Intento ser madura y concentrarme, mi trabajo es aprovechar lo mejor posible la conferencia para poder aplicar lo aprendido, sólo unos minutos, escucho las frases de siempre y, una vez más, me dan ganas de llorar. Ahora me concentro en sostener ese llanto, esa marea de agua producida en la cafetería de los sentimientos. No puedo más, le digo a mi jefe que voy al sanitario. Salgo y me dirijo hacia la terraza, a los jardines, a la flor. El color me da calma. Los recuerdos vienen a mí como la imaginación a la edad, y sonrío.
De repente, escucho aquella carcajada en el fondo, Ana está sentada detrás de mí y me llama para que juguemos. Me siento junto a ella, la observo:
- ¿Qué haces aquí?
- Mi mamá me dejó afuera porque no puedo entrar
- ¿Dónde está tu mamá ahora?
- No sé, pero alguien ya viene por mí, eso me dijeron
- Me parece bien, ¿a qué quieres jugar?
- Estoy haciendo una sopa de flores ¿quieres?
La metamorfosis que nace en mi cara es difícil de describir, le pido que me de dos sopas para llevar, pensando en mi mascota alada. Pruebo la infusión de flores, después un hombre uniformado llega por Ana: “tengo que llevármela a la delegación”. Ana se despide y acompaña al policía dando saltos.
Otra vez el color fiusha, me acerco, me congelo y allí me quedo. No sé cuanto tiempo después escucho millares de pasos y voces, sonidos de tazas y cafeteras; y ese recuerdo de mis sentimientos, la cafetería.
Me despierto, volteo y veo al jefe que a lo lejos me habla con señas. Me dirijo a él con una falsa risa:
- ¿Ya terminó?
- No, es un descanso de diez minutos
- Ok, voy por un café
- ¿Estás bien?
- Si, sólo me duele un poco la cabeza, no te preocupes
Me pierdo en la masa humana que se forma para su dosis de cafeína, siento la mirada de mi jefe pero no volteo. Me sirvo una taza y me siento en una banca; afuera del gran salón. Ahora sí es verdad que tengo que ir al baño, la bebida de grano hace rápido su efecto en mi cuerpo.
Me formo ahora en la fila de las damas, la mujer de atrás platica con su amiga:
- ¿Oíste de la chica nueva que contrataron?
- Si, se llama Ana
- Pero ¿sabes de donde viene?
- No, sólo sé que de fuera de la ciudad.
- Si, viene de un extraño lugar, una ciudad que según es famosa por sus flores.
- Pues no tengo idea del lugar que me hablas
- Aunque claro, dada su situación seguro no es muy cuerda, nadie ha escuchado hablar de esa ciudad típica por sus flores.
- Pero ¿a qué viene todo esto? Porque tanta intriga ¿tiene algún problema esta chica?
- Vaya que sí, estuvo en la cárcel porque de niña cometió un grave delito.
- ¿De verdad? ¡No me digas! ¿Qué hizo?
- No sé muy bien, creo que un acto delincuente durante un informe de gobierno.
- No tenía idea, espero que no nos cause problemas.
Sonrío y volteo hacia atrás: “no se preocupen, Anita se quedó encerrada bailando, sobre un piso de flores”.
en mi tragedia del viento en el corazón.
Tú hiciste de mi vida un cuento para niños
en donde naufragios y muertes
son pretextos de ceremonias adorables.
Alejandra Pizarnik “Reconocimiento”
De: Los trabajos y las noches
Hay olores y texturas que se quedan en tu mente, que evocan mapas de presencias y sensaciones de lo que ha sido o puede ser la vida. Eso me sucede con un color, con un tipo de flor que contiene ese color que me transporta, que me construye una máquina de tiempo.
Son las nueve de la mañana en la época postmoderna, tecnológica. Me encuentro trabajando en la enorme ciudad cosmoplitan (ponle el nombre que quieras, son muy parecidas todas). Salgo a la terraza del edificio, frente a mí encuentro arbustos verdes en jardineras, los reconozco en seguida.
Miro esa flor, me quedo helada ante su color. Fiusha intenso, escucho el aire, huelo la inmensidad. Respiro de ella un sin fin de remembranzas que nadan en el viento contaminado de la ciudad, la flor me aleja del humo. Me quedo helada ante su color, navego por ríos rosas y oleados; con corrientes que me invitan a subirme a la canoa del pasado y reír.
El viaje se interrumpe un poco, sé que alguien me habla en el fondo, un fondo disperso, perdido por la niebla que causa el color de esa flor; por el sentimiento que me regala. Sentimiento lila, púrpura. Regreso a la canoa. Me doy cuenta que es la misma flor de mi infancia, una de tantas, con las que adornábamos nuestras cabezas y soñábamos jugando: princesas y cascadas con dragones carmín. La infancia, una flor perdida en el tiempo, olvidada por el mundo profesional. Aparece también Aranza en el jardín de la memoria, haciendo una sopa de flores fiusha con tierra y pasto seco, la recuerdo dándome una para alimentar a mi mascota alada.
De repente, como un relámpago del amanecer nubloso, reconozco la voz del fondo: es el jefe que me dice que la conferencia va a continuar. Reacciono y entiendo que sigo en el edificio de la gran empresa, que tengo que dejar la terraza y mi mirada de jardines para regresar al evento del siglo. Me dan ganas de llorar: Almendrita en medio de los gigantes.
La conferencia: marea humana cargada de teoría, de problemas antiguos; quiero llorar.
Justo antes de que me levante de la mesa “correctamente” ordenada con sus manteles para el gran evento, una niña entra descalza y comienza a bailar alrededor del lugar. Sus pies descalzos flotan sobre la alfombra como un globo que nada en el mar.
Atónitos, los importantes ponentes miran a su equipo técnico (como mudos), para decirles, que retiren a esa niña que está interrumpiendo, arruinando la conferencia.
La niña se acerca a mi: “me llamo Ana ¿y tú?” Con una sonrisa le contesto.
Una carcajada sale de su boca y se desplaza por los micrófonos de la sala, “¡qué escándalo!” comenta mi vecina de asiento “¡que alguien arregle esto de inmediato, no es posible, está la vicepresidenta del país!”.
Ana continúa su trayecto alrededor del lugar, vueltas de ballet inventado, su cabello gira al compás de su risa mientras que cierra sus ojos para ver.
Una oleada de guaruras entra y corre hacia la niña, ella suelta un grito de sorpresa y después continúa con su risa. El cuerpo de seguridad se lleva a Ana fuera de la sala. El ponente invitado, el presidente, fundador y creador de la empresa millonaria, pide una enorme disculpa por aquel disturbio. La conferencia continua.
Pasan horas de discursos con palabras que responden sólo a una pregunta: ¿Qué?
Intento ser madura y concentrarme, mi trabajo es aprovechar lo mejor posible la conferencia para poder aplicar lo aprendido, sólo unos minutos, escucho las frases de siempre y, una vez más, me dan ganas de llorar. Ahora me concentro en sostener ese llanto, esa marea de agua producida en la cafetería de los sentimientos. No puedo más, le digo a mi jefe que voy al sanitario. Salgo y me dirijo hacia la terraza, a los jardines, a la flor. El color me da calma. Los recuerdos vienen a mí como la imaginación a la edad, y sonrío.
De repente, escucho aquella carcajada en el fondo, Ana está sentada detrás de mí y me llama para que juguemos. Me siento junto a ella, la observo:
- ¿Qué haces aquí?
- Mi mamá me dejó afuera porque no puedo entrar
- ¿Dónde está tu mamá ahora?
- No sé, pero alguien ya viene por mí, eso me dijeron
- Me parece bien, ¿a qué quieres jugar?
- Estoy haciendo una sopa de flores ¿quieres?
La metamorfosis que nace en mi cara es difícil de describir, le pido que me de dos sopas para llevar, pensando en mi mascota alada. Pruebo la infusión de flores, después un hombre uniformado llega por Ana: “tengo que llevármela a la delegación”. Ana se despide y acompaña al policía dando saltos.
Otra vez el color fiusha, me acerco, me congelo y allí me quedo. No sé cuanto tiempo después escucho millares de pasos y voces, sonidos de tazas y cafeteras; y ese recuerdo de mis sentimientos, la cafetería.
Me despierto, volteo y veo al jefe que a lo lejos me habla con señas. Me dirijo a él con una falsa risa:
- ¿Ya terminó?
- No, es un descanso de diez minutos
- Ok, voy por un café
- ¿Estás bien?
- Si, sólo me duele un poco la cabeza, no te preocupes
Me pierdo en la masa humana que se forma para su dosis de cafeína, siento la mirada de mi jefe pero no volteo. Me sirvo una taza y me siento en una banca; afuera del gran salón. Ahora sí es verdad que tengo que ir al baño, la bebida de grano hace rápido su efecto en mi cuerpo.
Me formo ahora en la fila de las damas, la mujer de atrás platica con su amiga:
- ¿Oíste de la chica nueva que contrataron?
- Si, se llama Ana
- Pero ¿sabes de donde viene?
- No, sólo sé que de fuera de la ciudad.
- Si, viene de un extraño lugar, una ciudad que según es famosa por sus flores.
- Pues no tengo idea del lugar que me hablas
- Aunque claro, dada su situación seguro no es muy cuerda, nadie ha escuchado hablar de esa ciudad típica por sus flores.
- Pero ¿a qué viene todo esto? Porque tanta intriga ¿tiene algún problema esta chica?
- Vaya que sí, estuvo en la cárcel porque de niña cometió un grave delito.
- ¿De verdad? ¡No me digas! ¿Qué hizo?
- No sé muy bien, creo que un acto delincuente durante un informe de gobierno.
- No tenía idea, espero que no nos cause problemas.
Sonrío y volteo hacia atrás: “no se preocupen, Anita se quedó encerrada bailando, sobre un piso de flores”.