miércoles, 3 de noviembre de 2010

"Sopa de Flores"

Tú haces el silencio de las lilas que aletean
en mi tragedia del viento en el corazón.
Tú hiciste de mi vida un cuento para niños
en donde naufragios y muertes
son pretextos de ceremonias adorables.

Alejandra Pizarnik “Reconocimiento”
De: Los trabajos y las noches


Hay olores y texturas que se quedan en tu mente, que evocan mapas de presencias y sensaciones de lo que ha sido o puede ser la vida. Eso me sucede con un color, con un tipo de flor que contiene ese color que me transporta, que me construye una máquina de tiempo.
Son las nueve de la mañana en la época postmoderna, tecnológica. Me encuentro trabajando en la enorme ciudad cosmoplitan (ponle el nombre que quieras, son muy parecidas todas). Salgo a la terraza del edificio, frente a mí encuentro arbustos verdes en jardineras, los reconozco en seguida.
Miro esa flor, me quedo helada ante su color. Fiusha intenso, escucho el aire, huelo la inmensidad. Respiro de ella un sin fin de remembranzas que nadan en el viento contaminado de la ciudad, la flor me aleja del humo. Me quedo helada ante su color, navego por ríos rosas y oleados; con corrientes que me invitan a subirme a la canoa del pasado y reír.
El viaje se interrumpe un poco, sé que alguien me habla en el fondo, un fondo disperso, perdido por la niebla que causa el color de esa flor; por el sentimiento que me regala. Sentimiento lila, púrpura. Regreso a la canoa. Me doy cuenta que es la misma flor de mi infancia, una de tantas, con las que adornábamos nuestras cabezas y soñábamos jugando: princesas y cascadas con dragones carmín. La infancia, una flor perdida en el tiempo, olvidada por el mundo profesional. Aparece también Aranza en el jardín de la memoria, haciendo una sopa de flores fiusha con tierra y pasto seco, la recuerdo dándome una para alimentar a mi mascota alada.
De repente, como un relámpago del amanecer nubloso, reconozco la voz del fondo: es el jefe que me dice que la conferencia va a continuar. Reacciono y entiendo que sigo en el edificio de la gran empresa, que tengo que dejar la terraza y mi mirada de jardines para regresar al evento del siglo. Me dan ganas de llorar: Almendrita en medio de los gigantes.
La conferencia: marea humana cargada de teoría, de problemas antiguos; quiero llorar.
Justo antes de que me levante de la mesa “correctamente” ordenada con sus manteles para el gran evento, una niña entra descalza y comienza a bailar alrededor del lugar. Sus pies descalzos flotan sobre la alfombra como un globo que nada en el mar.
Atónitos, los importantes ponentes miran a su equipo técnico (como mudos), para decirles, que retiren a esa niña que está interrumpiendo, arruinando la conferencia.
La niña se acerca a mi: “me llamo Ana ¿y tú?” Con una sonrisa le contesto.
Una carcajada sale de su boca y se desplaza por los micrófonos de la sala, “¡qué escándalo!” comenta mi vecina de asiento “¡que alguien arregle esto de inmediato, no es posible, está la vicepresidenta del país!”.
Ana continúa su trayecto alrededor del lugar, vueltas de ballet inventado, su cabello gira al compás de su risa mientras que cierra sus ojos para ver.
Una oleada de guaruras entra y corre hacia la niña, ella suelta un grito de sorpresa y después continúa con su risa. El cuerpo de seguridad se lleva a Ana fuera de la sala. El ponente invitado, el presidente, fundador y creador de la empresa millonaria, pide una enorme disculpa por aquel disturbio. La conferencia continua.
Pasan horas de discursos con palabras que responden sólo a una pregunta: ¿Qué?
Intento ser madura y concentrarme, mi trabajo es aprovechar lo mejor posible la conferencia para poder aplicar lo aprendido, sólo unos minutos, escucho las frases de siempre y, una vez más, me dan ganas de llorar. Ahora me concentro en sostener ese llanto, esa marea de agua producida en la cafetería de los sentimientos. No puedo más, le digo a mi jefe que voy al sanitario. Salgo y me dirijo hacia la terraza, a los jardines, a la flor. El color me da calma. Los recuerdos vienen a mí como la imaginación a la edad, y sonrío.
De repente, escucho aquella carcajada en el fondo, Ana está sentada detrás de mí y me llama para que juguemos. Me siento junto a ella, la observo:

- ¿Qué haces aquí?
- Mi mamá me dejó afuera porque no puedo entrar
- ¿Dónde está tu mamá ahora?
- No sé, pero alguien ya viene por mí, eso me dijeron
- Me parece bien, ¿a qué quieres jugar?
- Estoy haciendo una sopa de flores ¿quieres?

La metamorfosis que nace en mi cara es difícil de describir, le pido que me de dos sopas para llevar, pensando en mi mascota alada. Pruebo la infusión de flores, después un hombre uniformado llega por Ana: “tengo que llevármela a la delegación”. Ana se despide y acompaña al policía dando saltos.
Otra vez el color fiusha, me acerco, me congelo y allí me quedo. No sé cuanto tiempo después escucho millares de pasos y voces, sonidos de tazas y cafeteras; y ese recuerdo de mis sentimientos, la cafetería.
Me despierto, volteo y veo al jefe que a lo lejos me habla con señas. Me dirijo a él con una falsa risa:

- ¿Ya terminó?
- No, es un descanso de diez minutos
- Ok, voy por un café
- ¿Estás bien?
- Si, sólo me duele un poco la cabeza, no te preocupes

Me pierdo en la masa humana que se forma para su dosis de cafeína, siento la mirada de mi jefe pero no volteo. Me sirvo una taza y me siento en una banca; afuera del gran salón. Ahora sí es verdad que tengo que ir al baño, la bebida de grano hace rápido su efecto en mi cuerpo.
Me formo ahora en la fila de las damas, la mujer de atrás platica con su amiga:

- ¿Oíste de la chica nueva que contrataron?
- Si, se llama Ana
- Pero ¿sabes de donde viene?
- No, sólo sé que de fuera de la ciudad.
- Si, viene de un extraño lugar, una ciudad que según es famosa por sus flores.
- Pues no tengo idea del lugar que me hablas
- Aunque claro, dada su situación seguro no es muy cuerda, nadie ha escuchado hablar de esa ciudad típica por sus flores.
- Pero ¿a qué viene todo esto? Porque tanta intriga ¿tiene algún problema esta chica?
- Vaya que sí, estuvo en la cárcel porque de niña cometió un grave delito.
- ¿De verdad? ¡No me digas! ¿Qué hizo?
- No sé muy bien, creo que un acto delincuente durante un informe de gobierno.
- No tenía idea, espero que no nos cause problemas.

Sonrío y volteo hacia atrás: “no se preocupen, Anita se quedó encerrada bailando, sobre un piso de flores”.

"Siembravientos"

Me despierto. Prendo el fósforo y enciendo esa máquina oxidada para calentarme. Me acomodo el gorro cenizo. Es hora de empezar el día, me siento en la silla de alma emplumada y acerco el vidrio largo. Tengo que observar, saco el lápiz y anoto la fecha. Día x, mes x, año x. Comienzo a escribir:
El único globo que flota sin helio, creado en la fábrica de mi patrona, está habitado por millones de sujetos, denominados personas, que día a día se visten del verbo hacer.
¿Cuántas se levantan? Una, dos, tres…, ciento cuatro mil. Apagan el despertador con un bostezo. Alba desayuna aurora. Adriancito, ese tan consentido, mastica su cereal de dibujos animados. Dago grita bajo la lluvia sintética. Azucena camina rumbo al trabajo que usa de disfraz para evitar las relaciones eternas. Las máquinas se empiezan a calentar, a inyectar de sangre negra para recorrer las miles de venas y arterias de asfalto.
¿Cuántas duermen? Anoto la cifra. Sueñan con mantos estrellados y campanas, con el monstruo del closet o la hermana muda. ¿Cuántas sueñan con el mar y el barco inglés volador? Pocas. Denis con el viento (con ser aire que flota por la tierra y roza las caras de esperanza cada madrugada), Valente con el vacío (ese hoyo negro que los traga y los desaparece). Carlos sueña con su amante la señora Guitarra, mientras que Feliciano descansa en su almohada de partituras.
Hans mira las montañas y los pastizales llenos de nubes andantes. Inka bebe el aire fresco de la mañana. Leah invita a sus piernas a circular en el azul después de haber estado atrapada en un coma. En el campo, al este, Margarita recolecta la cosecha. Siembra semillas. De girasol. De amapolas. De deseos.
En otro destino. Gretta derrama cristales porque la persona amada zarpó en un bote ajeno. María ama. Luisa entrega su cuerpo. Otras, en cambio, regalan el alma verdosa en lugar de su vientre experto.
¿Viejitos en los parques? cientos. Sentados en las bancas consejeras, con alpiste en lugar de monedas en sus bolsillos. Miguel recuerda el día de su primer hilo plateado. Frank el día en que estrenó su pañuelo blanco.
Muchos bailan. Anoto sus nombres: Ewan, Judith, Gracia, Felicity, Jack, Gisela, Edward, y miles más. Termino. Muchos bailan. En el teatro tercermundista. En Brodway al lado de los felinos ingleses. En la fiesta del tío Luis que se casó demasiado viejo y con la ex mujer de su hijo. En los quince años de la cubanita que, según reglas sociales, se convirtió en mujercita. En algún lugar escondido de la selva, en donde Makiri celebra con su tribu un ritual de nacimiento: muerte y vida.
En los países que son perfectas maquetas, todos caminan. Unos entre la multitud multicultural. Otros debajo de la tierra, subidos en la oruga metálica. Oliver contesta llamadas en su oficina aérea. ¡Cielos! necesito mi calculadora, sumo, registro, continúo. Gente y más gente. En sus casas. Pisos. Departamentos. La familia Withman ve la televisión, programas cargados de estereotipos tejidos de dinero. Doña Mercedes ve la telenovela número treinta, en dónde la joven pobre y humilde enamora a su príncipe azul (que no es ni feo ni fuerte ni formal). Más ven películas. Armando ve Casablanca. Linda canta con su hija Dorothy mientras observan al gran Oz.
En menor cantidad, unos cuantos leen. Revistas de distracción ciudadana disfrazadas de entretenimiento. Literatura clásica. Raymundo ríe con Sancho Panza. David se enamora de Jane Austen. Marian sufre por la querida Stella de Dickens.
¿Cuántos ríen? Diez. Kirsten contagia su risa. Enrico la usa para curar a sus pacientes, mientras que Marcela enseña a sus alumnos a soltar la primera.
¡Que pesado! Apenas es cuarto de luna y ya estoy cansado, agobiado. Tomaré un pequeño descanso, no puedo creer que falten aún tres semanas para entregar mi novela. Es horrible no entender para que vive uno, ¿saben? no tengo idea de por qué mi patrona necesita estos registros diarios, siempre lo mismo. Guerras o fiestas. Vida o muerte. Risa o llanto. ¡Ya basta!
Me da un ataque. De nervios. De risa. De lágrimas. Y entonces empiezo a llorar como un desesperado dentro de una alcantarilla.
Kotty cierra los ojos y pide a Buda salir de esta. Antontieta, con terremoto en las manos, saca las perlas doradas de la iglesia. Doña Chole utiliza sus hierbas y prende el incienso, ¡Virgen del Cobre! La familia bostoniana, no recuerdo su nombre, corre a la sinagoga de la esquina. Roi baja del transporte y utiliza sus piernas de ciclista. La tía abuela de Lucy se encierra en su capilla y se hinca ante Lupita. Vander toma el inalámbrico y llama a emergencias, “su llamada está siendo atendida, un momento por favor”, y cuelga; corre a su cuarto y saca su ropa, después sube al auto y huye contra corriente.
Desesperación, gritos, histeria. Suplica. Siempre lo mismo. Millones de años y no comprenden. La mayoría reza y pide. Otros corren como hormigas en un lavabo.
¿Catástrofe natural? Yo sólo lloro de aburrimiento.